El otro día estuve aprendiendo a hacer cestas.
Ya había hecho mis pinitos de manera autodidacta con un libro maravilloso que me encanta y que enseña a hacer cestas con todo tipo de materiales que encuentras en el campo: hiedras, zarzamoras, madreselva, avellano..., pero nunca fuí capaz de terminar la cesta sin que se me rompiera el mimbre al intentar hacer el borde.
Pero, Adolfo, un abuelo de Garganta de los Montes, vecino de huerto (¡Y qué huerto tiene a sus 83 años!), que además hace miniaturas en madera (vamos, que es todo un artista) nos ofreció darnos unas lecciones magistrales.
Y allí que nos fuimos, una mañana soleada de estas que estamos disfrutando este mes de Octubre a que Adolfo nos iluminara con su sabiduría.
Parece fácil, pero no, tiene miga la cosa. Los mimbres se lían, se quiebran, la cesta se queda poco apretada, ovalada, se abre. Él con sus manos hábiles nos corregía y arreglaba nuestro intento de cesta.
Al final, consiguió, no sin muchas risas, pero diciéndo las cosas claras, que hiciéramos nuestra primera cesta, un pelín chapuza, pero a la que más cariño se tiene, la primera es la primera.
Aquí os dejo una imagen de mi primera cestilla, ¿A qué es bonita?